NEREIDA APAZA: LA EXISTENCIA DE NOSOTROS

La existencia de nosotros, de Nereida Apaza Mamani

por Victoria Guerrero

Bordar es como escribir. Tanto escribir como bordar suponen un proceso corporal, un esfuerzo que va más allá del movimiento de una mano. Exigen poner todo el cuerpo. Exigen, también, poner el alma. Nereida Apaza Mamani usa el hilo como si usara un lápiz. Escribe con él poesía. Sus telas son su soporte. Plasma, en este frágil material, imágenes, palabras, versos. Hace de lo íntimo una política. Con este uso, honra a mujeres y hombres que trabajan con la costura para sobrevivir, para cuidar, para dar de comer.

En su trabajo, son constantes los soportes en tela, los cuadernos escolares y las carpetas. Construye escenarios que son el simulacro de una escuela pública. Como si volviésemos a ese tiempo, Nereida nos obliga a leer otra vez, a ver a través de sus escritos e imágenes, porque, en su trabajo, imagen, texto y soporte son una unidad. Su caligrafía —como la de una niña que recién aprende a escribir— nos conecta con esos espacios de aprendizaje donde la carencia es evidente; y, sin embargo, su poética suaviza, sin obliterar, esa injusta realidad. Es crítica, pero no deja de lado la vida. Más bien, su trabajo es un homenaje a la vida.

La existencia de nosotros es un conjunto que recorre el cuerpo y su fisiología desde diversas dimensiones: los huesos del cráneo, los pulmones, la piel, la menstruación, los cabellos, los músculos, las venas, y, también, los objetos, las sillas y sus sombras.

En el políptico de veintiún imágenes, dedicado a las sillas, no hay cuerpos. Nos encontramos ante un espacio vacío. Entonces, ¿Dónde están los cuerpos? Las sillas aparecen en diverso número y posiciones: una, dos, tres, seis, hacen ronda, descansan, se separan, se caen y luego se levantan. Los años de cada imagen coinciden con la ruta vital de la artista desde su nacimiento, en 1979. Como contrapunto, aparece el cráneo, que amanece solo en su diámetro. Cada una de sus partes, evoca un verso, una palabra que completa su sentido en el verso siguiente. Luego, los pulmones —que se han ahogado durante estos dos años de pandemia— llevan rótulos: “amor”, “solidaridad”, “coraje”, “respeto”. Nos evocan el dolor por la muerte de quienes amamos. Cuerpos que desaparecen. Casas vacías. Asientos libres. Cráneos solitarios. La elipsis del duelo. En el tiempo más duro de la pandemia no pudimos velar o enterrar a los nuestros. De allí que, quizá, aparezcan en estas series esa obsesión por la fisiología, el paso del tiempo y la vejez. La mirada desde dentro, cada vena, cada hueso que somos. Somos este cuerpo frágil. Somos también ese cuerpo que sangra, y, con ello, Nereida marca su condición de género. No sangran todos los cuerpos, pero sobre todo a aquellxs que sangran se les considera de segundo orden, y lxs que sangran son, generalmente, lxs que cuidan, lxs que habitan el espacio de lo doméstico.

En el trabajo de Nereida, el cuerpo es territorio político y lugar de existencia. Somos estos pulmones que declinan, pero que el amor ha salvado. Somos pensamiento, poesía y cráneo. Somos este cuerpo sobreviviente a las feroces políticas neoliberales aplicadas en el sur globalizado. Nereida escribe, no tiene miedo de hilar una imagen, un recuerdo, la nostalgia del paso del tiempo. Une los pedazos de nosotros mismos con esos hilos delgadísimos y nos muestra que la fragilidad tiene una fuerza crítica y amorosa extraordinaria.

Lima, 25 de julio de 2022.